Que llueva es nuestra culpa

Por Nicolás Pinzón

Al frente de mi escritorio tuve anotada muchos años una frase que no sé de dónde salió: “el que quiere algo, busca un medio; el que no lo quiere, encuentra una excusa”. Por supuesto que las frases de escritorio suelen volverse paisaje y pierden el efecto persuasivo inicial, pero esta frase caló tanto en mi inconsciente que la recuerdo cuando me sorprendo dándome excusas para no hacer algo.

Hace poco volvió a mi cabeza tras una reflexión que hizo Ángela Gómez en la más reciente tertulia de 13%. Ángela es fundadora de Zambo, una empresa de educación a campo abierto. Suena lindo — y lo es — , pero también es un modelo de negocio que está expuesto a una cantidad de hechos externos de la naturaleza: derrumbes, inundaciones, pandemias, epidemias, en fin. Si la naturaleza ruge, la empresa no puede operar. O puede que sí.

En el 2011, Colombia tuvo el invierno más devastador de las últimas décadas. La lluvia no paraba, y las inundaciones no dejaban de crecer. Desplazarse de un lugar a otro para hacer actividades a campo abierto era un despropósito, y para Zambo era más que eso: era la quiebra. Al buscar qué hacer, uno de los socios se paró exaltado y dijo una frase memorable: “Que llueva es nuestra culpa”.

Era claro: querían seguir con Zambo, creían en el proyecto, y la lluvia no era una excusa — no podía serlo — . Esa mentalidad les ayudó a sobrevivir aquel invierno amargo, y a partir de ese momento impregnaron como parte de la genética organizacional esa frase fabulosa. Lo que había detrás es el sentido de responsabilidad por los actos propios, es decir, el fin de las excusas.

Pónganse en la tarea de ver cuántas excusas rodean las conversaciones en empresas, relaciones, hábitos personales, y cualquier otro ámbito del ser humano. Las excusas son simplemente mentiras tibias que nos decimos para no hacer algo. Si uno quiere algo, encuentra un medio. Quien intenta vivir con esa mentalidad no se estanca con el “así soy yo”, hace que las cosas pasen, y su actitud hacia los problemas es resolverlos, no crearlos.

En una cultura enferma de excusas decir que “que llueva es nuestra culpa” es la más linda de las irreverencias. Pero el tema no termina ahí: no se trata de ir al cinismo de asumir la responsabilidad por absolutamente todo lo que pasa, se trata de asumirla cuando algo es suficientemente relevante para que uno se haga cargo de la solución. Esto es fundamental porque sólo entendiendo lo que es íntimamente relevante para uno es posible aterrizar en el terreno de las tres Ds: decidir, delegar y desistir.

Decidir

Un arte hermoso y sumamente complicado es el de decir no. Decidir entre lo que se elige y no se elige es hacer las paces con las versiones que uno no va a vivir. Estas decisiones o son difíciles o no son decisiones, dice Alejandro Salazar. Incomodan y tienen costos, pero sólo ahí está la posibilidad de enfocarse en lograr lo que uno sí elige.

No es extraño que quien no domine el arte de decir no tenga que recurrir a una cantidad abrumadora de excusas para evitar hacer algo a lo que se comprometió con ligereza en algún momento. El exceso de excusas muchas veces es la falta de decisiones correctas. Una buena decisión puede evitar cientos de decisiones futuras, dice Tim Ferris. Tal vez quiso decir cientos de excusas futuras.

Delegar

Hay cosas que uno no quiere hacer, pero que debe hacer para lograr algo que para uno es relevante. Puede que uno no quiera hacerlo por miedo, porque no le gusta, o porque es malo para eso. Esas no son razones inmediatas para delegar, pues con frecuencia uno debe tener el coraje de hacer lo que no quiere si es un medio para lograr lo que para uno es íntimamente relevante. Pero después de probar y experimentar, uno definitivamente no es bueno o no le gusta, ese es el momento de delegar. Hay que aprender a pedir ayuda, construir equipos, y usar la tecnología. Delegar es difícil cuando uno ya está con la idea de no sacar excusas para hacer algo, pero hay muchas cosas en las que necesitamos apoyo.

Desistir

Hay que tener buen juicio para rendirse, dijo Churchill. Desistir es la última opción en un proceso intencionado de persistir, pero siempre es una opción. Muchas veces las excusas, paradójicamente, están en seguir haciendo algo que ya acabó. A esto los psicólogos lo llaman el costo hundido: “No voy a cambiar la estrategia porque llevo 10 años con esta y en algún momento tendrá tracción”. Entre más hayamos esperado, más nos cuesta hacer pequeños ajustes y ser flexibles.

La obstinación es lo opuesto al buen juicio. Desistir de algo que uno de muchas formas sabe que no tiene más rumbos posibles también es una decisión. Una difícil, sin duda, pero estancarse y seguir haciendo lo mismo porque así se ha hecho, es sólo una excusa para la quietud.

En diciembre de 2020, tras nueve meses de pandemia, Ángela Gómez tuvo el buen juicio de desistir con Zambo: liquidar a sus empleados, pagar las deudas completas, y enfocarse en su otra empresa. “La pandemia es nuestra culpa”, habrá dicho, pero no siempre se trata de persistir hasta estrellarse en el barranco. La buena noticia, sin embargo, es que hace un par de meses Zambo renació entre las cenizas de un panorama pandémico alentador para jugar un nuevo round.

Llevo años detestando las excusas — que no son más que mentiras — , pero aún así sigo cayendo en ellas con frecuencia. Es una especie de droga en la que uno deja caer todo lo que no quiere aceptar. He visto, sin embargo, que las personas que asumen la responsabilidad de lo que hacen, son los mejores solucionadores de problemas. Son personas que no se cansan de aprender, que no se estancan en banalidades, que son proactivas y ambiciosas. Pienso, cada vez más, que esa es una característica que le hace mucho bien a cualquier cultura y a cualquier grupo de personas. “El que quiere algo, busca un medio; el que no lo quiere, encuentra una excusa.”