Por Nicolás Pinzón
Jamás me habría fijado en que la palabra pretensión incluye la palabra tensión. Sólo fue hasta que Andrés Aguirre, con su habitual juego de palabras, dijo que cuando uno pretende cumplir algo que importa — algo a lo que uno aspira — es necesaria la tensión para lograrlo. Cualquier sueño se queda en simple quimera si no hay presión de fuerzas opuestas en el proceso.
Por muchos años he pensado que una de las búsquedas del ser humano, más que la felicidad, es la tranquilidad. Pero los últimos días me imaginé lo vacía que sería la vida sin la tensión natural que exige un logro. Según Teresa Amabile, de todas las cosas que pueden impulsar las emociones, la motivación y la percepción en el trabajo, la más importante de todas es la de progresar en una labor con sentido. Ese progreso, sin duda, sólo se logra superando esa tensión.
“Lo que una persona necesita”, escribió Viktor Frankl, “no es una vida sin tensión, sino la dificultad de esforzarse para lograr algo importante para ella”. Lo que dice Frankl, como Andrés Aguirre, es que sin tensión, no se logra nada valioso. Aspirar a algo es fácil, y soñarlo aún más. “Hagamos eso”, es probablemente lo que más se dice en las eternas reuniones de oficina. Después de eso es cuando empieza el juego de fuerzas: una presiona hacia la inacción — la pereza, el miedo, el desinterés o las excusas — , y la que jalona hacia la acción — la ambición, la motivación, la fuerza de voluntad, o la confianza — .
Es un juego diario y eterno. Un duelo contra uno mismo. Unos días la inacción es más fuerte: cuando se empiezan proyectos, cuando uno se enfrenta a ambientes desconocidos, o cuando todo empieza a parecer monótono. Otros días todo fluye y las ideas pasan a la acción rápidamente. También hay tiempos para pensar y dejar, como dice Matt Ridley, que las ideas tengan sexo sin que se objetivicen en el mundo todavía. Lo cierto es que para aquello que es importante, la tensión siempre está, y uno aprende a vivir con ella, o se deja ganar.
Aún así, sigo creyendo que la tranquilidad importa. Se vuelve paradójico porque ésta sirve para superar la tensión, pero el exceso de tranquilidad es sólo una forma cobarde de evadir la vida. La búsqueda constante de la tranquilidad se puede volver un refugio lejano a la ambición, y sin una buena dosis de ambición bien canalizada, no se hace nada importante.
Con estas contradicciones del ser humano — que busca la tranquilidad, pero sabe que sin tensión no hay nada — lo natural es caer una y otra vez en las mismas ideas: hay que vivir el proceso, recorrer el camino, subir la montaña como sísifo, amar la trama más que el desenlace, diría Drexler. Probablemente sí. Creo que hay mucha sabiduría en aprender a vivir con esa mentalidad, pero me parece insuficiente. Parece un sacrificio calvinista. Lo cierto es que también necesitamos de desenlaces, de victorias y de validación. La vida probablemente es un proceso que sólo acaba con la muerte, pero igual hay puntos de llegada en los cuales es necesario parar y descansar.
“La vida es un ciclo, y lo que no sirve yo no lo reciclo”, dice el último poeta. Entre ciclo y ciclo hay que aprender a apaciguar el juego infinito de las tensiones diarias, espichar la tecla pausa, como dice Juan Luis Mejía, y silenciar los gritos de la mente. Qué bueno que cada día sea un ciclo, y que cada año tenga un principio y un final. Sin esos pequeños momentos de entrega absoluta al placer, no sería posible ganar ese duelo de fuerzas que nunca termina.