Por Nicolás Pinzón
Alexander Von Humboldt fue uno de los tres personajes más reconocidos del mundo durante el siglo XIX. Era una personalidad arrolladora, expresiva e incansable. Su reconocimiento no era del típico dictador o caudillo de la época que haría parte de los libros de historia. Humboldt, en esencia, fue un científico. Uno inusual.
Leí la biografía de Humboldt, La invención de la naturaleza, escrita por Andrea Wulf. Aparte de haber sido mi libro favorito del 2021, también fue uno que me dejó una pregunta frecuente: ¿por qué la mayoría de escritos académicos, científicos o jurídicos actuales son redactados de forma árida? ¿Por qué la belleza en la escritura parece reservada para una obra literaria?
A partir de la Industrialización hubo un divorcio entre la ciencia — la razón — y el arte — la belleza — . Como si fueran dos mundos opuesto que no se pudieran tocar a pesar de haber convivido durante siglos. La explicación científica y la aspiración poética se alejaron como adolescentes que cambiaron de personalidad, habiendo sido amigos toda la infancia. Esa bifurcación, sin embargo, no fue absoluta. Humboldt se negó a dejar la belleza a pasar de ser un científico. En ese momento, cuenta Andrea Wulf, no fue evidente para nadie, pero la principal razón por la cual Humboldt fue la figura inusual que permeó a una generación entera no fue ni por su extenso conocimiento científico, ni por ser un explorador desatado, ni por la elocuencia de su comunicación. Su particularidad no estaba en algo particular: estaba en la mezcla de estos matices que lo hacían expandirse y ensancharse como a pocas personas en la humanidad.
La obra de Humboldt fue especial porque se enfocó tanto en la forma como en el fondo: cada afirmación que escribió requirió de su validación empírica, por medio de expediciones, y de su pluma fina, a través de la estética del lenguaje. En el siglo XX algunos físicos mezclaron características similares: Carl Sagan y Richard Feynman, por ejemplo, fueron grandes pensadores que, aparte de la precisión científica, también le dieron relevancia al arte de comunicar el conocimiento de manera atractiva y comprensible.
La ciencia y la poética hoy siguen siendo mundos disímiles y esquivos entre sí, pero eso no significa que no sean compatibles. El mundo, por suerte, no es a blanco y negro, cuya mezcla deja tonalidades áridas. El mundo está hecho de muchos colores con muchas mezclas posibles que a veces son inusuales. Colores, por supuesto, es una metáfora para los gustos, intereses y talentos que uno puede combinar en un oficio dentro de la carrera profesional.
Eso le pasó a Juliana Restrepo. A Juliana la buscamos en 13% por su fantástico libro de cuentos, La corriente. Pero la que preparamos como una entrevista de una escritora pronto tomó otro rumbo. Juliana, sin saberlo, nos enseñó que la vida no es monocromática: no tiene un sólo matiz. La vida puede tener muchos matices y mezclas que crean colores de múltiples tonalidades. Acá es importante el “puede”, porque no es imperativo. La libertad también deja que uno pueda vivir monocromáticamente — con un sólo color — , en últimas, esa también sigue siendo una opción.
El problema de estancarse con un color definitivo y sin potencial de ser matizado, es que probablemente se pierda de la experiencia humana que deja la posibilidad de combinar. Las combinaciones no son sólo mezclas: son expansiones de lo que uno es. Son formas de amplificar una identidad propia que siempre está en proceso de construcción.
Claro, la única forma de ensancharse no es combinando la ciencia con la belleza. Uno puede, por ejemplo, agregarle la música a la consultoría, o las buenas conversaciones al deporte, o la agricultura a la arquitectura. No importa. Las posibilidades — y esto es lo más importante — son incluso más que el número de fotopigmentos que se desbloquean por medio de los conos receptores de colores que percibimos (para entender esto tienen que escuchar el episodio con Juliana Restrepo).
Las posibilidades en la vida son suficientemente amplias como para no explorarlas. Esas curiosidades son las que le dan color a la vida de uno, expanden la identidad, y le dan distintos matices. Somos seres complejos, y eso, aunque es angustiante, también es lo más inquietante. Nos da el chance de incluir en esa bolsa extraña de lo que somos algunos colores que no son obvios. No hay que ser sólo científico, ni sólo abogado, ni sólo escritor. La experiencia humana que se vive con intensidad está en la unicidad: en lo inusual.
A blanco y negro con Juliana Restrepo es el cuarto episodio de nuestra quinta temporada. Pueden escucharlo acá.
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