A mitad de año

Por Nicolás Pinzón

¿Cómo va la lista de propósitos que hicieron para empezar el 2022? ¿Y el 2021? ¿Y el 2020? Estas preguntas suelen ser angustiosas porque para quien pensó con seriedad en las cosas que iba a mejorar, implementar, o abandonar, probablemente se está dando cuenta de que en la urgencia diaria del adulto moderno esos propósitos quedaron en salmuera.

Es extraño. Por alguna razón, cada 31 de diciembre y 1 de enero, las expectativas propias son demasiado elevadas. Es curioso que cada fin de año se siga haciendo esto, y en junio uno se acuerda, con algo de vergüenza, de lo que nunca pasó. Lo que también es raro es lo inconstantes que somos: los gimnasios se llenan en enero y en febrero se vuelven a desocupar. Las listas de libros por leer quedan quietas. Los mejores hábitos alimenticios se olvidan después del primer fin de semana. Las madrugadas se arruinan porque cualquier trasnochada descuadra todo. El ahorro para el viaje se esfuma.

Pero no es sólo una cuestión de hábitos. Son muchos los proyectos que se quedan en el entusiasmo, nos desenfocamos con facilidad, y somos breves en olvidar la mejor versión de nosotros mismos. No sé si los rituales y propósitos de año nuevo son buenos o malos. No importa. Lo incómodo es que sea un fenómeno que tiene una constante: la falta de constancia. ¿Por qué abandonamos tan rápido lo que por un momento estuvimos decididos a hacer sin excusa alguna?

No es nada nuevo decir que sin constancia un hábito no se crea, ni que sin constancia un talento no se desarrolla. No es nuevo — parece básico — , pero lo cierto es que la constancia es un diferencial que uno ve en quienes consiguen buenos resultados. Constancia y disciplina no es lo mismo. La disciplina es uno de los componentes de la constancia, pero no el único. Se necesita, especialmente, una mentalidad de crecimiento: la capacidad de creer que uno siempre es capaz de mejorar, aprender y estirarse. Sin esa mentalidad, la disciplina es insuficiente porque le falta el ángulo de la motivación intrínseca.

Y uno sólo tiene motivación intrínseca cuando le ve suficiente sentido a algo para seguirlo haciendo contínuamente. Esto es fundamental porque abandonar esas ideas del 31 de diciembre no siempre debe ser juzgado: tal vez simplemente el entusiasmo momentáneo nos da por querer cosas que a fuego lento son irrelevantes para uno. Hay intereses e intenciones que sólo se fraguan con el paso del tiempo cuando sobreviven a la euforia de un momento o una conversación. Abandonar también es ser honesto con uno mismo, pero comprometerse con muchas cosas es el primer síntoma de deshonestidad.

Lo que no se puede confundir es la ausencia de sentido en una actividad con la desmotivación por no tener resultados. El escritor Stephen King dice que los resultados son como el despegue de los aviones: prenden motores, inician la ruta hacia para elevarse, pero por un tiempo parece que es demasiado largo y el avión no despega. Uno, en microsegundos, se imagina que el avión no va a volar, hasta que lo hace. La diferencia, claro, es que aquello que tiene sentido para uno normalmente no toma microsegundos: toma meses o años.

Por eso la experiencia es un factor de satisfacción: la dicha está en la maestría. La energía, bien enfocada, es la única forma de progresar. “La consistencia de los esfuerzos (ejercicio, compañía, trabajo)”, dice Kevin Kelly, “es más importante que la cantidad. No hay nada mejor que las cosas pequeñas que se hacen todos los días, que son mucho más importantes que las que haces de vez en cuando.” El arte de aprender a rendirse es, sin duda, uno de los más complejos en domesticar. El problema es que, normalmente, nos rendimos muy rápido. La falta de compromiso no es igual a rendirse: rendirse duele, la falta de compromiso avergüenza.

El constante escoge sin ligerezas. Sabe que sus compromisos — y su ejecución recurrente — son los que lo terminan definiendo. Por eso hay que comprometerse con pocas cosas, y ser intensos con ellas. Es sólo fijarse en quien uno admira: no son esporádicos ni superficiales con lo que hacen; son constantes e intensos hasta que el avión se eleva, o hasta que tienen suficiente piel descarapelada como para rendirse. Rafael Nadal lleva desde el 2005 en el top 10 de la ATP, y sigue jugando así no le funcione un pie. El éxito no está en el logro, está en la constancia.

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