Por: Nicolás Pinzón Guerrero
Es difícil hablar del azar. Es una palabra que envuelve preguntas hacia lo inexplicable. Desde cosas triviales, como decir en voz alta que uno va a sacar seis jugando Monopolio, y que en efecto pase; hasta nacer en una familia con facilidades económicas en un país desarrollado.
A mí me gusta llevar todo al extremo y detenerse en lo azaroso de estar vivo. Es deslumbrante pensar que algún gen nuestro lograra sobrevivir miles de generaciones, a lo largo de la historia de la humanidad, la cual está infestada de enfermedades, guerras, poblaciones aniquiladas, accidentes, y otras cosas desconocidas. Es aterrador pensar en todo lo que pudo haber pasado en las vidas de las cinco generaciones anteriores a esta para que, igual, mis papás existieran, y en una relación sexual — probablemente no planeada — un espermatozoide ganara una carrera entre miles, para juntarse con un óvulo específico que, en su mezcla, me gestara.
Sólo esa idea me hace pensar que estos años de vida son únicos. ¿Azar? ¿Milagro? ¿Predestinación? Por supuesto no lo sé, y como no habrá una respuesta, definitivamente es azar. O suerte. O aleatoriedad. O todas las anteriores, pero le voy a decir azar. La vida de cada uno es el azar atravesado en el fluir de este planeta.
No sólo el nacimiento es azaroso. También lo es nuestro contexto, algunas de nuestras características profundas, y muchas de las situaciones en los primeros años de vida que afectan por siempre parte de nuestra personalidad. Es extraño cómo uno empieza a tener conciencia de las decisiones que toma ya habiendo vivido muchas situaciones de las que nunca nos acordaremos. Cuando uno empieza a decidir, a tener agencia, y a labrarse un destino, ya hay unas cartas de juego básicas con las que podemos jugar. La libertad empieza con unos límites definidos. Nadie ha entendido tan bien este asunto del azar y la agencia en las decisiones como el escritor israelí Amos Oz. En su autobiografía lo pone en palabras insuperables:
La predeterminación y el entorno en el que nos educamos, así como el estatus social, son cartas que nos reparten a ciegas antes de empezar a jugar. En esto no hay ninguna libertad: el mundo da y tú simplemente tomas lo que te viene dado, sin ninguna posibilidad de elegir. La cuestión es qué hace cada uno con las cartas que le han tocado. Hay quien juega extraordinariamente con cartas no muy buenas y hay quien lo echa todo a perder incluso con cartas estupendas. Esa es toda nuestra libertad: la libertad es cómo jugar con las cartas que nos han tocado.
Amos Oz nos advierte que la vida es un juego de cartas. Uno complejo. Uno que va mucho más allá de la baraja. Es tan azaroso, que incluso jugando bien las cartas, el resultado puede no salir bien. Al menos temporalmente.
Eso le pasó a Jaime López. Nació con algún tipo de don por la física. Pocos niños se pueden dar el lujo de sentirse realmente buenos en algo desde los 10 años. Jaime, a esa edad, no sólo ganaba olimpiadas, sino que ya entendía los problemas más profundos de la física. Era de clase media, pero usó la herencia de su padre para irse a estudiar a Estados Unidos. Allá hizo todo bien: trabajó para terminar de pagar la universidad, y después de graduarse logró entrar a una de las empresas que estaban ampliando la frontera del conocimiento en su tema de interés.
Después la vida dio sus golpes azarosos. Su novia quedó embarazada y tuvo que irse a Argentina para cumplir con sus deberes de padre. Su sueño profesional se opacaba por obligaciones imprevistas. Argentina recibió a Jaime con una crisis económica descomunal. Migraron a Canadá buscando nuevas oportunidades, pero el problema era que no las había. Después de pasar muchas hojas de vida, lo único que pudo conseguir Jaime fue un puesto para limpiar los baños de una reconocida discoteca canadiense.
Jaime López había jugado bien sus cartas. De repente, por otro capricho azaroso de la vida, todo lo que había construído con esfuerzo empezó a tambalear. Jamás se habría imaginado Jaime que su sueño de ser un físico prestigioso iba a terminar en un baño sucio de alguna discoteca fría. Por más que el juego sea preciso, el azar siempre va a estar rondando la mesa de juego. Para bien o para mal.
Un día llegó a la discoteca uno de los DJs más reconocidos de los 2000’s: DJ Tiesto. Sus técnicos de sonido y luces no habían podido ir, y el gerente de la discoteca estaba en una encrucijada: tenía que solucionar eso como fuera. Sabía que Jaime — el de los baños — sabía algo de eso. Le dijo a Jaime que solucionara el tema, y así fue. Esa noche fue tan exitosa que Tiesto decidió súbitamente contratar a Jaime López para que lo acompañara en sus conciertos por todo el mundo. Jaime, una noche cualquiera, pasó de limpiar los baños a girar con Tiesto como un rockstar. Technostar.
¿Azar? Sí.
Las cosas a veces sólo pasan, otras tienen alguna razón. El azar sólo abraza a quien está bien parado, dice Nassim Taleb. Jaime López, en efecto, estaba bien parado. Cuando Jaime aceptó el puesto para limpiar baños, se dio cuenta de que se le estaba muriendo el espíritu. Y el espíritu — esa chispa íntima que si se apaga uno se muere aunque siga vivo — , para Jaime era innovar en algún problema por resolver desde su conocimiento en las ciencias de la física.
Su sueño profesional se había esfumado, pero no iba a dejar que se muriera el espíritu. Limpiando los baños de la discoteca vio que las luces, los videos y la música no estaban totalmente sincronizados. Había algo raro, y él sospechaba saber cómo arreglarlo. Empezó, sin ninguna pretensión, a desarrollar un software en sus tiempos libres refinando sus conocimientos. Cuando supo que ya tenía un buen producto, se lo presentó al gerente de la discoteca. “No necesitamos nada de eso”, le dijo, “puede volver a limpiar los baños”.
Jaime no estaba frustrado, pues había alimentado su espíritu en una labor que para él tenía sentido. Siguió su rutina con la tranquilidad de estar manteniendo viva la chispa. Jaime estaba jugando con sus cartas más esenciales a pesar de las dificultades. Fue en ese contexto cuando pasó lo de Tiesto. El gerente se acordó que un colombiano le había ofrecido un software que justo en ese momento funcionaba ante la crisis. Jaime López, diría Nassim Taleb, estaba bien parado cuando llegó el azar. Se dejó abrazar.
¿Azar? Sí. Pero, bajo una premisa: estaba bien parado, porque el azar sólo abraza a quien juega sus cartas extraordinariamente.
—
El azar atravesado con Jaime López es el sexto episodio de nuestra quinta temporada. Pueden escucharlo acá.
Si quieren recibir estos artículos apenas salgan: clic acá si los quieren por correo. O acá si los quieren a Whatsapp.